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ANO¡ !TU VAS A LA TIENDA Y COMPRAS EL FILETE DE UNA VACA QUE TENIA UN
ANO! ¡LA TIERRA ESTA LLENA DE ANOS! ¡EN CIERTO MODO LOS ARBOLES
TAMBIÉN TIENEN ANOS, AUNQUE NO LOS PUEDAS VER, SOLO SE VE QUE SE LES
CAEN LAS HOJAS. TU ANO, MI ANO, EL MUNDO ESTA REPLETO DE MILLONES DE
ANOS. EL PRESIDENTE TIENE UN ANO, EL LAVACOCHES TIENE UN ANO, EL JUEZ Y
EL ASESINO TIENEN ANOS... INCLUSO ALFILER PURPURA TIENE UN ANO!
-¡Oh, para ya! !PARA YA!
Vomitó de nuevo. Pueblerina. Abrí la botella de salte y me serví un trago.
24
Ocurrió alrededor de una semana más tarde hacia las 7 de la mañana. Había
conseguido otro día libre después de un trabajo intensivo, estaba pegado al culo de
Joyce, a su ano, durmiendo, durmiendo profundamente, y entonces sonó el timbre
y yo me levanté a abrir la puerta.
Era un hombrecito con corbata. Me puso varios papeles en la mano y se fue.
Era una demanda de divorcio. Allí se iban volando mis millones. Pero no estaba
furioso, porque de cualquier manera nunca había esperado sus millones.
Desperté a Joyce.
-¿Qué?
-¿No podías haberme despertado a una hora más decente?
Le enseñé los papeles.
-Lo siento, Hank.
-Está bien. Lo único que tenías que haber hecho era decírmelo. Yo habría accedido.
Esta noche hemos hecho el amor un par de veces y nos hemos reído y lo hemos
pasado bien. No lo entiendo. Tú sabías todo esto. Maldita sea si consigo entender a
una mujer.
-Verás, lo hice después de que tuviéramos una pelea. Pensé que si esperaba a que
se enfriase la cosa, jamás lo haría.
-De acuerdo, nena, admiro a las mujeres honestas. ¿Es Alfiler Púrpura?
-Es Alfiler Púrpura -dijo ella.
Me reí. Fue una risa un poco amarga, lo admito, pero me salió.
-Es fácil adivinar el resto. Pero vas a tener problemas con él. Te deseo suerte,
nena. Sabes que hay mucho de ti que he amado, y no era sólo tu dinero.
Empezó a llorar sobre la almohada, boca abajo, estremeciéndose toda. Era tan sólo
una chica pueblerina, perdida y confundida. Allí la tenía, temblando y llorando
desconsoladamente, sin el menor cuento. Era terrible.
Las sábanas se habían caído y me fijé en su espalda. Sus omoplatos asomaban
como si quisieran convertirse en
alas, atravesando la piel. Pequeñas cuchillas. Estaba indefensa.
Me metí en la cama, acaricié su espalda, la acaricié, la calmé, entonces se
derrumbó otra vez:
-¡Oh, Hank, te quiero, te quiero, estoy tan apenada, tan apenada, tan apenada!
Realmente estaba que se moría.
Después de un rato, empecé a sentir como si fuera yo el que me estaba divorciando
de ella.
Entonces echamos uno bueno de despedida.
Se quedó con la casa, el perro, las moscas, los geranios.
Hasta me ayudó a empacar, doblando mis pantalones cuidadosamente en la
maleta, colocando mis calzoncillos y mi navaja de afeitar. Cuando estuve listo para
irme, empezó a llorar de nuevo. Le di un pequeño mordisco en la oreja, la derecha,
y luego bajé las escaleras con mi equipaje. Subí en el coche y empecé a deambular
por las calles buscando un anuncio de "Se Alquila".
Me parecía ya una cosa bastante corriente.
CAPÍTULO III
1
No exigí nada del divorcio, no fui a los tribunales. Joyce me dio el coche. Ella no
conducía. Todo lo que había perdido eran 3 o 4 millones. Pero todavía tenía la
Oficina de Correos.
Me encontré con Betty por la calle.
-Te he visto con esa perra hace algún tiempo. No es tu tipo de mujer.
-Ninguna lo es.
Le dije que era asunto acabado. Nos fuimos a tomar una cerveza. Betty había
envejecido deprisa. Estaba más gorda. Las líneas habían cedido. Le caía carne bajo
el mentón. Era triste. Pero yo también había envejecido.
Betty había perdido su trabajo. El perro se había escapado y lo hablan matado.
Haba conseguido un trabajo de camarera que después perdió cuando derribaron el
café para erigir un edificio de oficinas. Ahora vivía en una pequeña habitación de un
hotel de perdedores. Ella cambiaba las sábanas y limpiaba loo baños. Le pegaba al
vino. Sugirió que podíamos volver a juntarnos. Yo sugerí que podíamos esperar un
tiempo. Acababa de salir de un mal rollo.
Ella se fue a poner su mejor vestido, con zapatos de
tacón alto, tratando de quedar resultona. Pero había algo en ella terriblemente
triste.
Conseguimos una botella de whisky y algo de cerveza, fuimos a mi casa, en el
cuarto piso de un viejo edificio de apartamentos. Cogí el teléfono y llamé diciendo
que estaba enfermo. Me senté frente a Betty. Ella cruzó las piernas, balanceó sus
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